jueves, 24 de abril de 2014

La noche es nuestra


En lo alto del edificio, Félix hablaba en silencio con la noche.
Su pelo negro brillaba bajo la luz de la luna.
Saltó, alcanzando el tejado de enfrente.
Se agazapó en la esquina más oscura y esperó, inmóvil.
Observó cómo Fofó hacía su aparición.
Era grande, blanco y rechoncho.
Tenía la comida entre los dientes y apenas miró alrededor.
Demasiado confiado Fofó.
Ya le había advertido que éstos tejados eran suyos, pero el grandullón se había limitado a sonreir burlonamente, enseñando sus atrofiados dientes. Los mismos que ahora despedazaban la comida torpemente.
Demasiado ruidoso Fofó.
Félix se le acercó lentamente por detrás.
Un, dos, tres pasos. Al cuarto todo acabaría.
De repente el gordo giró la cabeza alarmado.
Miró hacia la esquina, hacia la oscuridad.
Y ésta le devolvió la mirada.
Llovieron maullidos en el tejado.
Demasiado lento Fofó.

De vuelta en casa, Félix observaba a Verónica. Dormía inquieta y se revolvía desnuda en la cama. Félix se posó en ésta de un salto y acarició las piernas de ella con su cuerpo. Recorrió su piel lentamente y se acurrucó entre sus pechos.
Ella sonrió y se calmó al momento.
Felix durmió a su vez, protegiendo el sueño de ambos.

Porque somos gatos y la noche es nuestra.

2 comentarios :

  1. Madre mía. Brutal, Alex. Por favor, queremos más.

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  2. Que buen escrito, y que buena la última frase. La recordaré mientras contemplo las estrellas.

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