Decía el gran Marx (Groucho, claro; el otro tenía mucho menos sentido del humor) que es más fácil hacer reir que hacer llorar. Tal afirmación venía a cuento de que jamás una película de humor ha estado galardonada con un Óscar, de la cual cosa se quejaba el genial humorista. En el campo literario ocurre exactamente lo mismo; libros de humor, aparte del Quijote, son despreciados y tomados como simple divertimento, mientras los dramas más infumables y lacrimógenos son tenidos como grandes obras. Sin embargo, otros libros de excepcional calidad han quedado en la sombra, aún siendo de grandes autores, por su naturaleza festiva. Tal es el caso de "El jugador", de Fedor Dostoievski, que narra las aventuras de un adicto al juego de azar en una ciudad ficticia llamada Roulettenbourg, por ejemplo. El autor tuvo que hacer su libro en un plazo determinado para poder cobrarlo y pagar unas deudas de juego; la cosa tiene su gracia, vista desde fuera. De modo que Dostoievski, un autor que nos revela en sus obras la zona más cruenta del alma humana hasta dejarnos sin dormir pensando en algunas de sus escenas, era un ludópata consumado que escribió un libro humorístico riéndose de sí mismo, cosa que los lectores de "Los Hermanos Karamazov" o "Crimen y Castigo" jamás habrían esperado de él.
También podríamos hablar de Thomas Mann y su "Confesiones del estafador Félix Krull" como ejemplo de obra humorística, aunque también maestra, como cabe esperar de un autor de tal talla; de Aristófanes y "Las nubes", una comedia sobre la filosofía en que un filósofo se dedica a inculcar todo tipo de insensateces en la mente de los jóvenes. El propio Aristóteles escribió sobre la risa como algo que causaba placer en sí mismo, sin mayores expectativas. Tomémonos, pues, el humor en serio; toda buena obra literaria tiene alguna escena cómica, alguna situación que nos hace, como mínimo, sonreir. Dejemos de menospreciar el humor en la literatura y valoremos, más bien, la dificultad de hacernos reir y el triunfo que supone para cualquier autor conseguirlo.
Gemma Minguillón
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