domingo, 11 de mayo de 2014

Rosa

   La chica entró corriendo en su habitación, tiró la mochila al suelo y se tiró en la cama. Suspiró y sonrió. Solo de pensar en él se animaba de golpe. Aquel jovencillo de su edad que le había robado el corazón. Esbozó una sonrisa de felicidad. 
"Ahora ya vas al instituto, ya no es como cuando hace nada estabas en PrimariaA partir de ahora tendrás que empezar a estudiar mucho para aprobar... Deberás centrarte en tus estudiosEl instituto no es un juego de niños, tienes que tomártelo en serio o no te traerá nada bueno", solían decirle sus padres. ¿Que no le traería nada bueno el instituto? Acababa de entrar y ya le había pasado lo mejor que le había pasado nunca: se había enamorado. ¿Acaso eso era malo? Que va, más bien al contrario.
Ahora todo le parecía hermoso; las paredes de su habitación, rosas con flores estampadas, la hermosa vista de la ciudad que tenía desde su ventana, sus cortinas, tan rosas y finas; incluso su mochila escolar rosa parecía ahora brillar con luz propia.

   Su móvil sonó. Lo cogió y lo miró. Su corazón empezó a palpitar con fuerza, de modo que hasta ella misma pudo escucharlo y un torbellino de emociones se arremolinaba en su ser; era un mensaje de él. Su cara se iluminó, su respiración se alteró deliciosamente mientras leía el mensaje, y mientras lo respondía. Él solo la había saludado; sin embargo ese simple acto la había convertido, en segundos y durante segundos, en la persona más feliz del mundo. 

   Cerró los ojos y pensó en él, volvió a suspirar. Podría fundirse ahora mismo, de hecho estaba teniendo la sensación de que efectivamente se estaba fundiendo de amor.
   Pensaba en él; en su cabello rubio y sedoso, en sus brillantes ojos azules, grandes y vidriosos, en su semblante, en su piel blanca, tersa y suave, en sus labios tan colorados, gruesos... En seguida el rubor tiñó sus mejillas. Se sentía volar por el cielo azul, ligera como una pluma. De hecho, de no ser porque abrió los ojos y se vio recostada en su cama, ya creía que estaba volando de verdad, se sentía ligera y grácil como una bailarina. Si, eso se sentía; una bailarina. Se puso en pie de un salto y empezó a girar, a dar vueltas por su cuarto, con los brazos estirados, tarareando una canción de amor, viendo todo su mundo en color rosa, viéndole a él. Sentía como si electricidad se hubiese apoderado de ella; se sentía viva.


Judit Perich

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