
Odiaba el café tibio, lo políticamente
correcto, las frases dichas por cortesía, los saludos a medio dar con un leve
gesto de cabeza y tal vez también un leve gesto con los párpados, odiaba
también los caminos de en medio, tal vez lo que no podía soportar era la
indefinición de si tirar hacia el barranco o hacia la cumbre, no podía soportar
un camino plácido acompañado de la calma y el gozo que dan las flores que
sonríen al costado del camino , no soportaba ninguna vía que no supusiese
llegar hasta el final o morir en el intento, pero sobre todo odiaba la
vainilla. La vainilla le resultaba repulsiva, no por su sabor, que a todos
gusta, niños y niñas, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, doctos e iletrados,
marujas y marquesas, embarazadas y vírgenes, policías y ladrones, jueces y
condenados, verdugos y justiciables, ministros y sus pedicuros los porqueros,
en fin, que la vainilla le gusta a todo el mundo..., menos a los que, como él
no soportaban su indefinición,...la de la vainilla..., vivían con la perpetua
ansia de quemar cada segundo como si fuese el último, ir de fiesta como si no
existiera la resaca y quemar en un fin de semana normal más neuronas que
calorías, que así le fue aquella vez que le hicieron unas pruebas para empezar
a trabajar en una empresa de seguridad controlando un parking de de 23 a 7,
acabaron seleccionando a otro candidato de un paladar más abierto a todo tipo
de sabores, ya fuesen éstos coloridos y exóticos o con ese final de lengua como
de rutina que solo poseen la vainilla y los tomates de invernadero comprados en
Diciembre, en este último caso por esa capacidad que solo ellos poseen de
permitir al degustador llevar su mente a rellenar con cualquier escrito el
papel en blanco a que saben; en el caso de la vainilla nuestro protagonista
notó como algo en su ser se estaba expresando aquel día que en un programa televisivo
sobre "cultura" sexual tocaron el tema del sado masoquismo y ciertas
formas de relación que más bien parecieran formas de odio, y como las personas
que llevaban a cabo ese tipo de relaciones etiquetaban a las, digamos, no
practicantes de sus usos, como "gente vainilla", y es que, decían, la
vainilla le gusta a todo el mundo, pero a nadie le apasiona...
El escritor poco dedicado,
el músico poco practicado,
el vividor superviviente,
el tres veces arruinado,
el sintiente, indolente acorazado,
el arriesgado sin nada que perder
por que ya regaló todo lo pesado,
él, ya de niño era raro, corría poco,
decían que a veces hablaba solo,
no solía llorar y casi nunca reía,
él, que vio seres en las miradas
y en ellas miedos atávicos y prejuicio,
no era solitario,
es que se encontraba mejor estando consigo,
creando mundos privados,
ya recuerdo, ya recuerdo, fué aquel helado,
Cal Mallafré, debía ser domingo,tenía cinco
años,
un cucurucho de una bola entre las manos
y pequeños trozos de hielo enredados
entre los chorretes de vainilla, como
lágrimas,
pidiendo por no ser devorados.
Beni Asensio
Te cuento un secreto..."¡tampoco me gusta la vainilla", en serio, es un texto tanto en prosa como en verso que se sale de lo usual, un tanto inconformista, porque las reglas están hechas para saltárselas. Beni, me gustaría leer más de ti. Un abrazo literario, D.
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