sábado, 3 de mayo de 2014

Verde

     De nuevo, se encontraba al pie de aquel manzano. Cada vez que venía aquí, veía más cerca sus frutos; aquellas tiernas y suculentas manzanas rojas, que hacían la boca agua a cualquiera que las mirara, aunque sólo fuera de lejos. Brillantes como rubíes en medio de ese mar de hojas tan verdes y relucientes. Mirando las manzanas que estaban en las ramas más bajas, estiró su brazo hacia arriba. De nuevo, no llegaba, sin embargo esta vez era por muy poco. Con un impulso, repleta de esperanza, empezó a estirar sus delicados pies apoyándolos en sus puntas. Cada vez veía los frutos más y más cerca. Hasta que quedó completamente de puntillas, y por primera vez pudo alcanzar una manzana con su mano. La radiante sonrisa que se le dibujó en ese momento le iluminó la cara: lo había conseguido, lo había conseguido por fin. Volviendo a su posición inicial, tomó la manzana en su mano como un trofeo por el que llevaba años luchando.

     Se sentó al pie del árbol, con cuidado de no manchar su vestido, y le pegó un mordisco a la fruta, degustando su sabor al máximo, sonriendo de pura felicidad. Después de años viniendo cada pricipio de otoño, al fin era capaz de alcanzar uno de esos deliciosos frutos. Eso era un gran triunfo para ella, pero sobretodo le había hecho darse cuenta de algo: estaba creciendo, se estaba haciendo mayor. Todos los años que venía trataba de cojer alguna manzana, pero nunca era capaz pues su altura nunca se lo había permitido, a pesar de que ese era un manzano realmente pequeño. Sin embargo ahora la cosa había sido muy distinta. Ya no era una niña, eso lo sabía, ya no era la pequeña con trenzas que se ponía a llorar cuando resbalaba y caía al suelo embarrado; ahora era una joven y pronto se convertiría en una mujer adulta. Este año había alcanzado una manzana, y el siguiente ya no necesitaría ponerse de puntillas para lograrlo. Mientras comía, contempló el extenso prado -hierba verde que inundaba el paisaje como un mar de esmeralda- y pensó en el futuro, en su futuro. El día de mañana dejaría definitivamente de ser una niña, se tornaría una mujer, dejando atrás su infancia, hasta que abandonando su verde primavera, llegaría al invierno de su vida y sus dorados cabellos se cubrirían de blanca escarcha. Miró el horizonte, tan verde, tan infinito... tenía toda la vida por delante y la viviría al máximo, tenía unas inmensas ganas de crecer, de madurar como aquellas manzanas, de ser una mujer bella y adulta. Y tenía un destello de esperanza inconmesurable. Y sabía que cada vez llegaría más arriba del manzano hasta alcanzar la copa de este y poder degustar las manzanas más sabrosas y a la vez más prohibidas. 


Judit Perich

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