Con frecuencia me pregunto por qué la vida no es un poco más fácil. Eso de que no haya instrucciones por ningún sitio, de que uno nazca sin más y vaya a dar a una casa en que tampoco es que les hayan explicado muy bien de qué va la cosa, nos deja a todos en clara desventaja ante los avatares y contingencias constantes de la vida. Por buenos padres, educadores y amigos que tengamos, raro es que no nos veamos muy a menudo preguntándonos cómo reaccionar ante tal o cuál nueva situación; si un amigo nos falla, si un amante nos traiciona, si en el trabajo nos hacen la vida imposible... Y claro, una acaba por pensar que todo sería muchísimo más sencillo si la vida tuviera, por ejemplo, banda sonora. Podríamos ir la mar de tranquilos si fuésemos por la calle mientras suena un bossa nova en una mañana de sol, por ejemplo. Pero si la música se volviese monocorde, machacona y rápida, sabríamos que, sin duda, un maleante nos estaría esperando a la vuelta de la primera esquina. Ni qué decir tiene que, de tornarse la música melancólica y triste, íbamos a sufrir una pérdida inminente, o bien estaría claro que el amor de nuestra vida es esa persona con la que acabamos de cruzarnos mientras la música se tornaba melosa y dulzona.
Esto serviría también con las personas. En literatura, como en la vida, se nos presenta una persona o personaje haciéndonos creer que es una cosa y, páginas o días después, resulta que aquella chica tan maja se revela en una arpía de la peor especie. Eso está muy bien cuando uno lee una novela, pero no tanto cuando la arpía en cuestión es alguien en quien habíamos confiado o, simplemente, nos había caído bien. Pero, ay! En los culebrones es infinitamente más sencillo; cuando la mala mujer aparece en pantalla, lo hace acompañada de una fanfarria descendente y seca, algo así como un TATATACHÁN!! que deja bien claras sus intenciones a las primeras de cambio. Del mismo modo, cuando quien sale en nuestra tele es la pobre huerfanita a la que todos adoran, pero que también todos malinterpretan, la música que la acompaña es triste y desesperanzada.
Desde aquí abro una recogida de firmas para que nuestros políticos pongan en nuestra vida una banda sonora. Aunque, ahora que lo pienso, no creo que me hagan caso; imaginaos qué música sonaría cada vez que cualquiera de ellos apareciese en las noticias.
Gemma Minguillón
No hay comentarios :
Publicar un comentario