La poesía tiene, por definición, más detractores que defensores en la sociedad actual, una sociedad que venera a Fito Cabrales o a Joaquín Sabina como grandes poetas (malos no son) pero que apenas puede soportar a los clásicos. Esto es debido, como casi siempre, a una mala pedagogía social; desde chico te obligan a leer en la escuela libros "de lectura obligatoria" (es que suena fatal, eh) y a estudiar poesía partiendo de unos baremos bastante cerrados: Desde Gonzalo de Berceo hasta Alberti, pasando por Machado (Antonio, que no Manuel), Quevedo, Góngora y poco más. Historia, siempre lineal, sin pasión, sin lágrimas. Y yo no entiendo el arte sin esos sentimientos.
Tampoco entiendo la poesía, es cierto; creo que es un mundo lleno de impostura donde lo poco bueno se diluye entre tanta chorrada grandilocuente y pagada de sí misma. Pero ese "poco bueno" es muy, muy grande.
Walt Wittman era capaz de alegrarle a uno el espíritu con su vitalismo. Lorca te hace temblar las rodillas con su profundidad y su riqueza léxica, cercana, pero no por ello exenta de algo místico y absoluto que te parte en dos los huesos. Juan Ramón Jiménez era capaz de dar belleza a cualquier cosa que explicase, fuera lo que fuera, y Jorge Guillén te dejaba pensando en sus palabras horas después de haber cerrado el libro.
La poesía es la literatura llevada a lo más alto del arte de las palabras. Olvidemos lo que nos explicaron en el cole y dejemos que las lágrimas fluyan mientras sentimos las palabras de estos grandes poetas atravesarnos el alma como un dardo. Abramos la mente y encontraremos muchas, muchas respuestas. El arte llega donde no llegan la razón ni la ciencia.
Agua, ¿dónde vas?
Riyendo voy por el río
a las orillas del mar.
Mar, ¿adónde vas?
Río arriba voy buscando
fuente donde descansar.
Chopo, y tú ¿qué harás?
No quiero decirte nada.
Yo...¡temblar!
¿Qué deseo, qué no deseo
por el río y por el mar?
(Cuatro pájaros sin rumbo
en el alto chopo están).
F.G. Lorca
Gemma Minguillón
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