Era un día extraño en el Congreso. De todos los diputados que formaban el hemiciclo, solo habían venido unos pocos, los que se habían atrevido a desafiar la amenaza que suponía la llegada del nuevo virus. Pero eso no era lo más extraño de aquél día. Incluso ella, que llevaba treinta y cinco años trabajando allí, había notado que algo raro pasaba. Al igual que sus compañeras, esa mujer de pelo rubio y manos agrietadas formaba parte del personal de limpieza del Congreso y hoy, por primera vez en su vida, alguien le había aplaudido por limpiar las babas que dejaban los políticos en el micrófono del atril.
Unas pocas horas más tarde, la sesión parlamentaria ya había llegado a su fin y la mujer se disponía a cambiarse para volver a casa y regresar un día más a ese infierno al que la gente llamaba “hogar”. De repente, mientras caminaba hacia el vestuario perdida en sus pensamientos, alguien pronunció su nombre.
— ¡Perdona! —gritó una voz masculina. Ella se giró, preguntándose quién podía ser—. ¡Hola! Disculpa, soy yo, el presidente del Gobierno —se presentó Pedro Sánchez—. Quería agradecerte personalmente el esfuerzo que estás haciendo estos días. No es fácil vivir con esta angustia e intentar seguir adelante con tu jornada laboral.
La mujer estaba casi en estado de shock. ¿Podría ser que el mismísimo presidente del Gobierno se hubiera percatado del miedo que desprendían sus ojos? ¿O que se hubiera fijado en la gran cantidad de maquillaje que se había puesto esa mañana para esconder sus ojeras? A decir verdad, nunca se hubiera imaginado que un político pudiera conocerla y mucho menos, haberse enterado de su situación personal. Ya se sabe que la relación entre la clase más alta y la más baja de la sociedad no es viable porque, aunque compartan espacio de trabajo, no viven en la misma realidad. Lo que sí estaba quedando claro era que estaba siendo un día de lo más extraño.
—Gracias... —contestó ella, sin estar segura de si era una broma.
—Mire, sé que tiene que ser muy duro tener que lidiar con todo lo que tiene encima pero quiero que sepa que, aunque no hayamos hablado mucho, voy a tomar medidas para que trabajadores como usted no tengan que sufrir lo que lleva sufriendo estos días —dijo él.
—Mire señor, agradezco su preocupación pero no se tiene que preocupar, de momento estoy bien. Al menos tengo la suerte de estar viva, que no es poco —contestó la mujer.
—De todos modos, reconozco que esto del coronavirus nos ha venido por sorpresa pero confiamos que, con las propuestas que hemos presentado, esta pesadilla se termine pronto. Le aseguro que vamos a hacer todo lo que sea posible para eliminar este virus que se está llevando tantas vidas —sentenció el señor presidente.
Fue entonces cuando la mujer lo entendió todo. Que tonta había sido. ¡Y pensar que el presidente del gobierno se hubiera fijado en el morado que llevaba en el pómulo! Lo había conseguido esconder un poco con el maquillaje pero aún se podía ver si uno se fijaba.
El silencio se apoderó del espacio durante unos instantes. Finalmente, la mujer decidió darle un pequeño giro a la conversación.
—Mire, señor presidente, ya que está usted aquí me gustaría hacerle una pregunta —continuó ella.
—Claro, lo que usted quiera —respondió Pedro Sánchez.
—La verdad es que tengo mucho miedo porque en estos momentos tengo el virus en casa —le confesó la mujer. En ese momento, la cara del presidente se descompuso por completo e hizo dos pasos atrás para aumentar el metro de seguridad que los distanciaba.
—¡Ostras, lo tendría que haber comunicado antes! Ya sabe que este virus es altamente contagioso y puede que ya estemos todos contagiados! —se desesperó el presidente.
—¡Tranquilo, señor presidente! ¡Que las víctimas de este virus sólo son mujeres! Los hombres sólo son portadores pero no les afecta —contestó ella. Era evidente que el presidente no acababa de entender las palabras de la mujer, por lo que simplemente se limitó a contestar lo siguiente.
—Mire señora, váyase a casa y póngase en cuarentena, ¿de acuerdo? Yo avisaré a todos los trabajadores del congreso para que estén alerta —se apresuró a decir Pedro Sánchez.
—Lo siento presidente, pero quedarme en casa no es una opción para mí. Puede que el coronavirus me dé una segunda oportunidad pero el virus del machismo no es tan benévolo —y después de una pausa, siguió— ¡Hasta mañana señor presidente!
La mujer se giró y dio unos cuantos pasos en dirección al vestuario pero de repente se detuvo. A continuación se giró de nuevo hacia dónde se encontraba el señor presidente. Ante ella había un hombre inmóvil, con la misma cara de shock que había puesto ella pocos minutos antes.
—¡Por cierto, señor! —exclamó la mujer. Yo también espero que hagan todo lo posible para eliminar este virus del machismo que se está llevando tantas vidas. Este, al menos, no os ha llegado por sorpresa.
María Argemí Bellavista, Marzo de 2020
Impresionante!!!! Una lección a los que mandan, que ignoran lo que pasa entre los que pisamos la calle (ahora no, que no se puede)
ResponderEliminarFelicidades, María. Tienes un gran futuro por delante!
Un abrazo
Totalmente de acuerdo: Buen tema y bien desarrollado, un contraste muy bien logrado!!
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