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sábado, 10 de mayo de 2014

Porkanana


Nada más nacer, lo primero que vi fue a mi madre. Tan solo tenía pelo encima de la cabeza, debajo de la nariz y en la barbilla. Su piel era pálida y berrugosa. Llevaba cristales delante de sus pequeños ojos oscuros, y era gigantesca, al contrario que sus orejas, que eran redondas y muy pequeñas.
-Oh! Qué guapo es!- , dijo ella con su grave voz de tenor.
Entonces me cogió con una pata grande y llena de dedos. Yo tuve mucho miedo, especialmente cuando me acercó a su morro enorme y rosa rodeado de pelos como escarpias, e hizo un sonido ensordecedor encima de mi cabeza, que se quedó húmeda. -Te llamaremos Porkanana, que será tu comida favorita- . Efectivamente, las porkananas, o zanahorias como las llamáis en el sur, me encantan.
Los primeros días de mi vida fueron los mejores. Conocí a una hembra que era igual que yo, solo que más grande y hembra. Ella me cuidaba y me trataba muy bien, hasta me alimentaba con una especie de líquido muy dulce y bueno que salía de sus senos.
Me lo pasé en grande jugando con los nuevos amiguitos que iba haciendo. Todos eran como yo y lo pasábamos muy bien juntos. Pero lo peor estaba por llegar.
Ocurrió a los pocos meses de haber nacido yo; empezaron a caer bolitas blancas, gélidas y minúsculas del cielo, que siempre era azul pero ahora estaba gris. Empezó a hacer más frío que de costumbre, y yo estornudé por primera vez. En pocas horas, todo el suelo quedó totalmente blanco y hermoso, pero también muy frío. Demasiado frío. Helado. Yo estaba hecho un ovillo, intentando entrar en calor, cuando se me ocurrió que podría acurrucarme en uno de mis compañeros. Así los dos entraríamos en calor. Empecé a buscar a alguno, cuando me di cuenta de que no había nadie. Estaba yo solo. Congelado. Ya creí que iba a morir. Fue entonces cuando noté que algo me cogía. Era mi madre! Había venido a por mí! Con su enorme manaza me cogió en brazos.
-¡Estabas aquí, Porkanana!- me dijo. Me envolvió con una cosa muy grande, fina y calentita. Ya no tenía frío. -En Finlandia hace mucho frío en invierno. ¡No deberías andar por aquí solo!-.
Me metió dentro de la casa donde se cobijaba y me desenvolvió. Entonces me dio una porkanana. Mi primera porkanana. Estaba tan buena como me había imaginado, tan anaranjada y brillante, crujiente...
Y esta es la historia de cómo sobreviví aquel día, y de cuando me comí mi primera porkanana.


Extraído de mi blog: Curruca.com


Judit Perich

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