A principios del XIX, en pleno trienio liberal, cuando Fernando VII había logrado ponerse en contra a toda la sociedad civil, militar y política (a pesar de aceptar a la fuerza la constitución de Riego), con la prensa, la masonería, la Sociedad del Anillo (mi tesoro) y los Caballeros Comuneros, así como la propia Guardia Real en su contra, en Barcelona se erigió la fuente de El Geni Català. La cosa tenía su lógica: una sociedad algo lasa de moral y costumbres en pleno Sin Dios monárquico iba a aceptar de buen grado aquella afrenta al buen gusto que, de paso, alimentaba el imaginario popular que, tradicionalmente, nos refleja a los catalanes como gente escatológica y con un sentido del humor que tiende a exaltar lo erótico. ¿Que no hay para tanto? ¿Que el angelito es muy mono? Eso lo decís porque no hemos podido ver con nuestros ojos la versión original: Cuando se erigió la fuente, nuestro bello ángel disponía de un pene de piedra que, posiblemente, servía de reloj de sol en toda la plaza Palacio. Reíros a carcajada limpia de Nacho Vidal. ¿A qué se debe, entonces, su actual y moderado miembro viril? Naturalmente, hay una explicación.
En tiempos de Franco las costumbres morales habían perdido aquella encantadora lasitud decimonónica y, tras un par de revoluciones donde todo valía, se volvió a la famosa ranciedumbre nacional. Y claro, una de las cosas que hizo el régimen fue tapar con un púdico velo de cemento aquella maravilla que lucía nuestro querido Geni. Después de la dictadura, con la fiebre restauradora y la necesidad de borrar todo lo que había sido, se procedió a despojar al ángel de su velo, para descubrir con tristeza que había sufrido una vil castración escultórica. De manera que se restauró lo que se pudo y como se pudo, dejando al chico con unos atributos humanamente concebibles, más acorde con esta época nuestra de medianías que con las desmesuradas costumbres del diecinueve.
Si queréis, recogemos firmas para que le devuelvan lo que en derecho le corresponde, demostrando que nuestro pueblo no es un pueblo de medias tintas. Si os decidís, aquí va la mía.
Gemma Minguillón
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