Una y otra vez nos quejamos de que no nos gusta cómo funciona el mundo, pero son pocas las veces en que hacemos algo para cambiarlo. Y como siempre, para muestra un botón.
A mi entender, una de las cosas que hacen difícil la convivencia y el entendimiento social es esa manía que tenemos de no llamar a las cosas por su nombre. Llamamos al aborto "interrupción del embarazo", cuando interrumpir da siempre, según el diccionario, la posibilidad de reemprender. Llamamos "hombre de color" a un señor negro, cuando el negro es, nuevamente según la RAE, la total ausencia de color. Y así, hasta el infinito y más allá. ¿Qué cuesta llamar a las cosas por su nombre? Por lo visto, muchísimo. Y un ejemplo es esa frase tan manida que hemos oído una y mil veces: La envidia sana.
Amigos, la envidia es un pecado capital muy feo, pero muy humano y, desde luego, no tiene nada de sano. Es como si alguien cercano a nosotros viniera y nos dijera "mira, te arrancaba la ropa con los dientes y te ponía mirando para Soria, pero nada, eh, es lujuria casta". O viniera la vecina y nos contase "mi cuñado es un hombre muy soberbio; mira a todo el mundo por encima del hombro y se cree superior a los demás, pero lo hace de forma humilde". ¿A que no cuela? Pues que no os engañen; la envidia tampoco es nunca sana. Lo único que sucede es que hay grados, naturalmente. Lo que quieren decir con ese término es "me gusta tu coche y me gustaría tener uno igual, pero no deseo que te mates con él", o "qué suerte tienes de poder ir al concierto; ojalá pudiera ir en tu lugar, pero vamos, que no voy a perder el sueño por ello". Y lo llaman envidia sana, cuando en realidad es envidia leve, o envidia de estar por casa.
Siempre hay que mentir un poquito para poder mantener esta gran, enorme mentira social que todos alimentamos todos los días. Pero, en serio: probadlo. Decid de vez en cuando las cosas con el menor número posible de tapujos y de la manera más directa que la elegancia os permita. El otro se sentirá menos insultado y, lo que es más importante, vosotros os sentiréis muy, pero que muy bien. Decir la verdad es siempre mucho más divertido.
Hasta mañana; voy a contarle a mi vecino el soberbio humilde la lujuria casta que me hace sentir. Y no me tengáis envidia sana, eh.
Gemma Minguillón
No hay comentarios :
Publicar un comentario