Mil trescientos años antes de Cristo, los sumerios escribieron un poema, o cantar, o epopeya, que hablaba de un rey todopoderoso que abusaba de tal modo de su poder que tenía a todos sus súbditos en contra. Al ser tan fuerte, nada podían hacer contra él, de modo que rezaron a los dioses para que le detuviera. Y los dioses crearon del barro a Enkidu, un hombre fuerte y poderoso, con la pretensión de detener a Gilgamesh. Las cosas no fueron tal y como se pretendía y Gilgamesh y Enkidu se hicieron amigos y se fueron por ahí, a recorrer el mundo y vivir aventuras. Finalmente, al ser Enkidu una mala influencia para Gilgamesh, los dioses terminaron con él, lo cuál fue un duro golpe para su amigo que, desde entonces, comenzó a buscar con denuedo la inmortalidad. En su periplo, Gilgamesh conoció a un sabio, único superviviente del Diluvio Universal. Este sabio es inmortal y confiesa a Gilgamesh que logrará la eterna juventud si come una planta que se halla en un recóndito lugar. El rey la encuentra, pero no puede comerla porque una serpiente se la roba, de modo que regresa a su reino, Uruk, con las manos vacías y convencido de que la inmortalidad es patrimonio de los dioses. Y ahora, decidme honradamente si la Biblia no tiene pinta de haberse inspirado en gran parte en este cantar sumerio, de la misma manera que lo hicieron otros autores (Homero, por ejemplo), aunque con menos relevancia. Y me pregunto una vez más, ¿porqué en la escuela no nos cuentan estas cosas? ¿No sería la enseñanza mucho más interesante para los chicos si les explicáramos que nuestros pilares fundamentales son, en muchos casos, tan de barro como Adán, como Enkidu? ¿O sería peligroso? Como siempre, os animo a haceros preguntas. Y si es peligroso, mejor.
Gemma Minguillón
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