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miércoles, 25 de junio de 2014

Duelo de Capitanes

Era el año 18XX.
Desde el invierno, las huestes napoleónicas se batían en retirada a lo largo de toda Europa.
Ese día, la primavera prusiana dejaba sentir su calidez.
La posada de Hanz, a las afueras de la ciudad de Hannover, punto de encuentro de oficiales aliados, estaba rodeada por robustos árboles que ya desplegaban su follaje bañándola con su sombra. En el  interior Hanz, un grueso germano que se acercaba ya a los cuarenta, atendía a una variopinta colección de soldados que pronto partirían hacia Leipzig.
La taberna estaba iluminada sólo por la luz del sol que un tosco portón de madera abierto dejaba entrar. Tenía también un par de pequeños ventanales laterales, demasiado sucios y opacos como para mirar a través de ellos. El resultado era un ambiente oscuro, que parecía más pequeño de lo que era. En la pared de la izquierda, estaba una maciza barra de granito ya pulida por los años. Frente a ella se disponía una fila de cuatro mesitas de madera muy vieja con sus taburetes a juego. En la más cercana a la puerta, se encontraba el capitán del tercer regimiento de dragones sir William Crook, acompañado por el también británico teniente de navío sir Charles Goodflower. Las dos mesas siguientes estaban ocupadas por seis o siete soldados alemanes y austriacos que charlaban animadamente. En la mesita del fondo, en la esquina más oscura, un cosaco, hombre robusto de aspecto feroz bebía solo, ajeno a todo lo demás. Sir William, hombre de unos cuarenta años muy bien llevados, de mediana altura y aspecto algo desaliñado, parecía más bajo y redondo de lo que en realidad era. Sus penetrantes ojos azules, insertados en un rostro colorado con una expresión siempre burlona, parecían reírse ahora de su compañero de tragos. El teniente de navío Goodflower era el contrapunto del capitán. De unos treinta años recién cumplidos, delgado y alto, sus facciones en principio joviales, habían sido ya moldeadas por la sobriedad de la vida en la marina. Vestía un impecable uniforme rojo y azul que le hacía parecer aún más espigado. Se habían conocido en el viaje desde Inglaterra. El navío en el cual servía el teniente había transportado un par de regimientos de dragones hasta Prusia, entre los cuales estaba el del capitán. Goodflower era uno de esos oficiales muy diestros en su oficio, que sin embargo eran totalmente inexpertos en todo lo demás. Hombre eficiente donde los haya, sin demasiada imaginación, que creía aún en el servicio a su patria. Durante la travesía entablaron conversación un par de veces, cogiéndole el capitán cariño o compasión, por lo que al llegar a tierras alemanas se decidió a traérselo consigo y enseñarle un poco de la vida en tierra y de la vida en general. Pese a las protestas del marinero, se habían alejado del campamento inglés y, adentrándose en territorio aliado, no habían parado hasta dar con un tugurio apropiado para hombres, según Crook.
Ahora, los ojos entrecerrados del joven teniente delataban que el tercer vaso de ron alemán no le estaba sentando demasiado bien. Inocentemente, había desafiado a Crook y ambos se habían dispuesto a beber de ese ron dulzón, que le entorpeció la lengua a la primera copa y a la tercera amenazaba con hacerle perder el equilibrio. Dirigió una mirada llorosa a su impávido contrincante y se dio cuenta de que había perdido antes de empezar. El capitán sonrió, exhibiendo su perfecta dentadura, aceptó de buen grado que su más reciente amigo se encargara de la cuenta, y excusándose se retiró al servicio de caballeros.
Algunos soldados de las otras mesas que habían seguido el duelo con la mirada se le acercaron, consolándole alegremente.
-No hay vergüenza en perder contra el mejor- dijo en un rudo inglés un jovencísimo sargento alemán, lo que pronto fue corroborado por un veterano austríaco de cabellos ya grises.
-Ése con quien usted bebe es el Capitán Crook, famoso por sus imaginativas e insólitas tácticas en el campo de batalla, así como por su resistencia a la bebida- agregó sonriendo.
Hanz se acercó a la mesa del teniente, invitándole a una infusión.
-Le sentará bien- y agregó- el capitán es sin duda el mejor bebedor que he visto nunca. Es la tercera vez que viene por aquí. Se dice que incluso Napoleón le reconoció sus méritos en algún discurso: “Me extraña que los ingleses no nos combatan en tierra, si sus capitanes son tan rectos como Crook”- dijo el posadero, con un ligero tono nasal, provocando las risas de todos.
Al ver volver al oficial británico, el viejo austríaco intentó cambiar de tercio:
-No creo que Napoleón lo dijera realmente- observó, y reparando de pronto en el solitario del fondo agregó, con un exagerado acento francés: “Dadme 20.000 cosacos y conquistaré Europa, sino el mundo”
Todos sonrieron nerviosamente, esperando que el aludido no se diese por enterado, a excepción de Crook que acababa de tomar asiento, y del joven sargento, que agregó imprudentemente:
-¡Cosacos! ¡Si sólo sirven para beber! Apuesto a que ni siquiera el capitán aquí presente podría con uno de esos brutos!
El joven había pronunciado estas palabras con una sonrisa que no tardó en morir al reparar en la expresión sombría de sus compañeros. El silencio que reinó durante los instantes siguientes heló el interior del local, paralizando a todos sus ocupantes. El cosaco levantó al fin la mirada, que se fundió con la del inglés. Los ojos de los demás iban de un hombre al otro, muy lentamente y todos a una, como temiendo desencadenar lo inevitable.
Entonces, el hombretón ruso sonrió, señalando con su gruesa mano izquierda la silla vacía del otro lado de la mesa. Llevaba éste un cabello negro mal recortado, que cubierto por un sombrero de piel característico de los de su pueblo,  le daba un aspecto de salvaje. Crook sonrió a su vez y un momento más tarde ambos hombres se encontraban sentados frente a frente, con sólo una botella de ron a medias atreviéndose a permanecer entre ellos. Los demás soldados formaron un semicírculo con sus taburetes, guardando un respetuoso silencio, que sólo fue roto por la voz del británico:
-Capitan William Crook- dijo con un tono despreocupado, extendiendo una mano derecha blanca y lisa.
-Yesaúl Pietr Bjieleg- respondió con un inglés recortado pero eficaz el hombre del este, devolviendo el apretón con una mano áspera y curtida por mil inviernos.
Hanz, que se había acercado sigilosamente a la mesa, reemplazó la botella a medias con una recién abierta, alcanzando una copa al oficial inglés, del mismo tamaño que la de su contrincante, y se retiró a la barra donde permaneció expectante.
Alguien comentó en voz baja si el duelo era justo, puesto que Crook acababa de dar cuenta de unas 3 o cuatro copas, pero otra voz igual de tímida recordó que el cosaco ya se había bajado casi media botella sentado él sólo, por lo que todo estaba en orden.
Los dos hombres habían seguido mirándose fijamente durante todo ese tiempo, casi sin parpadear, ajenos a los comentarios de los demás, con unos ojos que desmentían la amabilidad de sus sonrisas.
El cosaco fue el primero en beber, seguido inmediatamente por el británico.
Rápidamente se sucedieron la segunda y la tercera copa. La cuarta tardó un poquito más. Cabe recordar que éste no era un ron cualquiera. Destilado por la familia de Hanz durante generaciones, era capaz de tumbar a cualquier saludable muchachote alemán en dos o tres consumiciones.
Iban ya por el quinto viaje, cuando ambos hombres empezaron a percibir una ligera bruma alrededor de su mesa, de modo que más allá de ésta ya no había nada más que oscuridad.
Bárbaro y sir continuaron bebiendo de botellas que el diligente Hanz reemplazaba fugazmente. Tanto las cabezas de uno como de otro empezaron a distanciarse de la pequeña taberna, sumergiéndose en la neblina de sus recuerdos.
Pietr había nacido en la lejana Ucrania, en las Tierras Voisko del Don.Ya desde su más tierna infancia, tuvo que enfrentarse a la crudeza de la vida típica de su pueblo, a la cual consiguió adaptarse gracias a su físico privilegiado y sus habilidades a lomos de un caballo. William, por su parte, había venido al mundo en el seno de una modesta pero sólida casa noble, los Crook de Londres, de quienes heredó el título de sir, aunque no una herencia, al haber nacido segundo varón. Debido a esto, y al lugar especial que ya desde pequeño los caballos ocupaban en su corazón, decidió abrazar la tradición militar familiar por lo que pasó su corta adolescencia a lomos de esos nobles animales, hasta ser admitido en el regimiento de dragones. Compartiendo esta misma pasión, aunque en circunstancias muy diferentes, Pietr pasó también su juventud  montando robustos caballos, con los que participaba en todo tipo de acciones militares a lo largo y ancho del Imperio Ruso junto a su hueste, destacando pronto como un jinete excepcional y un líder respetado por sus hombres, llegó a convertirse en uno de los capitanes cosacos más temidos por las tropas francesas en Rusia. Especímenes como éste habían causada la estupefacción y admiración del emperador Napoleón. William, ése hombre que parecía no tomarse nunca nada en serio, también había ascendido rápidamente, deslumbrando tanto a sus superiores como a sus enemigos con sus elegantes e insólitas formaciones en combate, llegando a ser, con los años, uno de los oficiales predilectos del rey Jorge III. Éstos dos talentos tan opuestos y tan similares, iban ya por la tercera botella. Bebían ahora muy despacio, sin ver a la multitud de caras masculinas que, con expresiones que iban desde la incredulidad hasta el horror, les rodeaban ansiosamente.
Continuaron aún largo rato, sumergido cada uno en sus recuerdos.
El capitán Crook se veía a sí mismo en su juventud, recibiendo su primera condecoración a manos del mismísimo rey británico, acompañada de una afectuosa palmada en el hombro que provocó la envidia de los presentes, mientras que Bjieleg recordaba la primera vez que había desfilado frente al todopoderoso Zar, y cómo su forma de montar había atraído sus miradas años antes en San Petersburgo.
Ambos combatían a los franceses, uno en España y Austria, el otro en la batalla de Borodino.
Décadas de combates, cada uno con su fiel corcél, se entremezclaron en una bruma que los envolvía, uniendo y confundiendo sus memorias.
De súbito, ambos hombres estrellaron su frente contra la dura mesa de madera.
Cayeron dormidos al mismo tiempo, para desesperación de los allí presentes que, habiendo esperado largo tiempo en absoluto silencio, llenaban ahora la taberna con gritos de amarga decepción.

Mientras tanto dormían el cosaco y el inglés, cortando éste con su caballo las nieves de los Urales y aquél recorriendo las verdes praderas británicas… o era al revés?



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4 comentarios :

  1. Ya lo sabes, pero te lo digo igual: Tienes un léxico muy rico, una documentación perfecta y una clarividencia compositiva fuera de toda duda. Eres un buen escritor, aunque nuestras bibliotecas estén llenas de patanes que publican. Gracias de nuevo.

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  2. Gracias por el comentario Judith, me alegro de que te haya gustado!

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  3. En realidad era yo desde su ordenador :) Si te gusta leer en catalán, me gustaría que te descargaras mi "T'estimaré fins que em mori" y me dieras tu opinión, la opinión de un escritor.

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  4. Se me olvidó comentar! ^^" Me ha encantado tu relato, ya sabía yo que eras un crack escribiendo, me encanta leerte, sigue escribiendo porfa, nunca desaprovecharé oportunidad de leer tus maravillosos relatos! :)
    Ahora si que soy Judit.

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